miércoles, 20 de enero de 2010

(12) El precio de la libertad (avance del programa del viernes 22/01/10)


Hace ya 33 años que un grupo de pistoleros de extrema derecha decidieron entrar en la historia de la transición, de la única manera que sabían hacerlo, a tiros. Disparando ebria y salvajemente contra los integrantes de un despacho laboralista en la calle de Atocha. Eran días convulsos. Yo, por entonces, era joven e insensato y hasta mucho después no he comprendido en que filo de la navaja estábamos cotidianamente los que simplemente vivíamos respirando una libertad aun proscrita. Otros, más comprometidos, si sabían qué se estaban jugando y cuál era el riesgo de cada rebeldía. Eran pocos, muy pocos. Eran más las ventanas cerradas y legión los chivatos altaneros y los pasivos cabizbajos. Todavía me parece mentira que hubiera tan poca sangre con tanto asesino vocacional como aun perduraba. Porque aunque ahora pudiera parecer lo contrario, sobre una mayoría silenciosa empadronada en el país del miedo sólo destacaba el vocerío fanfarrón de un grupo dispuesto a cacerías y gestas que buscaban nuevos caudillos en cualquier color caqui. No éramos conscientes pero creyendo que caminábamos hacia el futuro estábamos siendo testigos involuntarios de la descomposición del pasado. Testigos de una derrota sin vencedores y de la fealdad con que agonizan los sepultureros vocacionales. El miedo había hecho su trabajo rutinario de pesadillas y miradas de soslayo y había un gran grupo de gente que pese a querer vivir de otra manera no lo iba a hacer cualquier precio. Era como si una mayoría esperase que en el reparto azaroso del póquer a los perdedores les viniese de una puta vez una buena mano. Los derrotados y sus herederos sabían que cualquier futuro pasaría por convivir con los herederos de los ganadores. Así que trabajaban por un futuro sin exclusiones y así le dieron el nombre de reconciliación. Hubo un artista que cedió un cuadro a lo que se denominaba Junta Democrática que estaba reunida en su casa para la elaboración de un cartel que pidiera la libertad de los presos políticos. Aquel cartel era sobre "El abrazo"· La policía les sorprendió en pleno trabajo de impresión y aquel artista de nombre Juan Genovés fue detenido por el tremendo delito de pintar gente abrazándose. Aquel cuadro proscrito es la actual escultura que se exhibe en la madrileña plaza de Antón Martín, muy próxima al escenario de la barbarie en el despacho laboralista de Atocha. Genovés será nuestro invitado el próximo viernes en proyecto ADN y nosotros aprovecharemos el lujo de su presencia para hablar sobre el precio de la libertad.

Mariano Crespo




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