miércoles, 28 de abril de 2010

(23) ¿Es vergonzoso ser trabajador? (avance del programa del viernes 30/04/10)


Al programa del viernes 30 de abril le hemos dado el provocador título de “¿Es vergonzoso ser trabajador?

Tal vez en una respuesta rápida una gran mayoría diría que no, en ese estilo de respuestas políticamente correctas que tenemos todos en nuestro catalogo particular, el de salir del paso y quedar como un señor.

Pero la percepción social y los mensajes imperantes nos han hecho reflexionar en vísperas del 1º de mayo, del Día Internacional del Trabajo, sobre esta realidad. Pensamos que hay un desprestigio del trabajo y, en el mismo paquete, del trabajador. Vivimos en una época de consagración del éxito, de prestigio del dinero y, consecuentemente, de que el trabajo es el lado de los perdedores, un castigo del que hay que huir por cualquier medio.

Bien es cierto de que la crisis y la llegada del desempleo ha colocado el trabajo casi como un salvavidas en un barco que naufraga y que a muchas personas les está tocando la necesidad en la línea de flotación de sus vidas.

Pero aun así, pensamos que el trabajo, la función que desempeña en nuestras vidas, la dignidad que la confiere, han quedado fuera de las cotizaciones al uso en la bolsa de valores de estos tiempos.

La gente, cuando manifiesta sus opiniones cuando le demandan que se encuadre socialmente en las encuestas, dice mayoritariamente que es “clase media”, lo que resulta chocante en una sociedad de mileuristas y desempleados.

Se ha perdido la conciencia de pertenencia o quizás, como decimos en el título, da vergüenza, decir que se es trabajador que se pertenece a la clase trabajadora. Vuelve a parecer un estigma. Esa sombra de perdedor en la historia sagrada que rinde culto al éxito social por el grosor de la cuenta corriente.

Sin embargo, ser trabajador es ganarse la libertad con el propio esfuerzo, es desarrollar una parte del potencial que nos desarrolla como personas y como ciudadanos. ¿Por qué ese desprestigio? Y por qué esa tendencia al individualismo. Porque claro cuando uno no se identifica ni en el lenguaje con los demás, se ahoga la posibilidad ni de compartir, unirse y crecer. De ser solidario y de, a la vez, no estar en desamparo.

Bueno el caso es que vamos a hablar de eso que para algunos es una maldición bíblica, para otros la puerta de la salida del infierno. Y para la mayoría aquello que constituye el setenta por ciento del periodo de nuestra vida. Lo suficiente como para que identificarse como trabajador no resulte algo extraño. Como trabajador, como obrero, o como se gustaba decir en el régimen del general Franco, de productores. Ole, a la altura de Samuel Bronston, Spielberg…

Mariano Crespo

miércoles, 21 de abril de 2010

(22) Amor y desamor (16/04/10)

 

 

El otro día estuvo en la radio Carlos Salem, amigo y compañero, hablando de su novela “Cracovia sin ti”. La novela la leí con deleite y así se lo dije. El registro romántico le ha salido bien al ya instalado autor de novelas negras.

Sin embargo he de confesar, y es triste, que el desamor, que suele ser la acera por la que transitan los protagonistas de la novela negra, ofrece al escritor más registros para lucirse que el amor. El odio es muy creativo. Y esto no deja de ser una cabronada, no tanto para la literatura, como para la vida misma.

Una de las cosas más terribles y hermosas a la vez de las apasionadas e intensas historias de amor es que la fecha de caducidad es, en muchas ocasiones, el inicio de una historia de odio (que como se sabe es un sentimiento más duradero. Y la culpa la tiene el espíritu de propiedad o pertenencia que, en el momento de la ruptura, hacen de lo que había sido nuestro algo así como un traidor. El disco duro de los buenos momentos se borra. Es el castigo añadido a las rupturas.

No sólo pasa con el amor. Muchas veces tengo discusiones con amigos, cuando hablamos de personas que pertenecieron a grupos, asociaciones o partidos (que eran nuestros grupos, nuestras asociaciones y nuestros partidos) y nos procuraron grandes momentos de placer y satisfacción, que nos deleitaron con sus conocimientos y con su generosidad y que un día decidieron tomar otros caminos, otras opciones, mirar el mundo con otras miradas.

Me gusta recordar a esa gente por aquella parte de su vida que me regaló, por aquellas conversaciones que enriquecieron por aquello suyo que me hizo crecer. Y realmente me resulta difícil. Y aunque que quede claro de que estoy hablando de gente honrada, no de aquellos que cambiaron de banderas e ideas tan sólo llevados por situarse en el lugar más cómodo o mejor remunerado, mis amigos no les perdonan el cambio, que ya no sea de los nuestros, y todo lo disfrutado durante años con su presencia pasa a ser ceniza. Nunca me ha parecido justo aunque lo entienda. Y lo entiendo porque nunca nos resignamos que lo que fue propio y querido nos sea un día ajeno.

En la ruptura amorosa sucede algo así. Uno ha disfrutado, amado, caminado por los caminos del placer y los afectos compartidos y en el momento del adiós, en el del irremediable final, la persona hasta ayer fundamental, única, cae de las agendas, se esconden o destruyen los objetos que dan pista de ella, se trastoca en odio el lugar que ocuparon los besos, las caricias, las complicidades.

Tal vez no pueda ser de otra manera pero hay bastante de mezquino en esta manera de arrojar al vertedero años de felicidad.

El consuelo para esta aberración es que el desamor nos ha dejado tanta buena poesía, tanta buena literatura y tan bellas canciones como las que os dejo al final de esta entrega.

Os quiero (de momento).

Mariano Crespo


jueves, 15 de abril de 2010

(22) El amor conspira con casualidades (avance del programa del viernes 16/04/10)


“Yo creo en el cariño siempre

que vaya aliñado de buenos condimentos”

Paloma M. Barroso,

Cocinera con estrella y michelín


El amor. Ay, el amor. Tal vez no debería ni mencionarlo por ignorante. Pero lo han contado tan bien que, aunque la vida no te diera el azar de conocerlo, sabes que es tal vez lo único que da sentido a este tránsito breve por un planeta acosado.

Entre este presagio de Apocalipsis zafio que resulta de leer la prensa cotidiana, en la que lo que más se acerca a la lírica está entre la sección bursátil y los contactos (por lo menos allá parece que las cosas suben y bajan con tanta pasión y desesperación como carencia de lógica), en este lodazal que estamos metidos, hemos decidido hacer un programa sobre el Amor. Habría varias razones para defender esta propuesta en la redacción: 1.- Que no lo patrocina el banco de Santander, luego es un asunto limpio. 2.- Que parte del equipo no se acuerda pero dice tener buenos recuerdos. 3.- Que nos aproximamos a la lectura del Quijote en Radio Círculo y siempre por estas fechas nos quedamos sin ideas. (Comprende juego de palabras oriental: sin ideas = amor).

Pero sobre todo porque a nuestro amigo Carlos Salem le han editado y sacado al mercado (junto a productos dignos como alubias y lentejas e infames como Arturo Pérez Reverte) una novela romántica. La novela es “premio Seseña”. No os asustéis, no es un ladrillo, ni tampoco un negocio sucio. Es un nuevo divertimento de quizás el escritor llamado a ser más popular si el negocio editorial no fuera tan…

Carlos nos propone que “Daniela ya no cree en el amor a primera vista. Daniel es corto de vista. Con estos elementos, cualquier historia romántica queda descartada. Pero Madrid, en primavera, respira por su cuenta, y desde los tejados conspira casualidades…”

Nos lo vamos a pasar bien.

Mariano Crespo



lunes, 12 de abril de 2010

(21) El clítoris y el cerebro (09/04/10)

 

Llegó al estudio Mirta Núñez Díaz Balart par hablarnos de la II República mientras en el portar la esperaban para conducirla a otro sitio a hablar también de lo mismo. Mirta, la historiadora Mirta Núñez, la mujer que junto a unos pocos no miró para otro lado cuando tocaba mirar las páginas convulsas de la historia, no tiene nunca cara ni actitud de prisa aunque en muchos sitios la esperen y habló con tranquilidad y conocimiento durante la emisión de radio. Digo esto de hablar con prisas porque me resultan cada día más curiosos determinados políticos, determinados voceros, que siempre está en la vorágine de muchos compromisos, que sus agendas están repletas, que hablan casi mientras caminan, que siempre repiten lo mismo, que esa repetición es un conjunto de obviedades y que les sacan en los informativos. Son tipos, generalmente hombres, muy interesantes por la paradoja de que no se les conoce una frase, ni siquiera una frase, de interés.

En el programa estuvo también Elda, del proyecto Fahrenheit 451. Una mujer libro que nos concitó desde la hermosura el fantasma de Clara Campoamor. Su intervención en la sesión de las Cortes Republicanas del 1 de octubre de 1931, defendiendo el derecho de las mujeres al sufragio. Lo lograría. Y como no hablo ninguna obviedad quedó condenada al olvido por sus compatriotas, muriendo en soledad y en tierra extranjera años más tarde.

Es tuve muy bien acompañado en el programa del viernes 10. Pero no me quedó más remedio que irritarme. Los tiempos no cambian. A Clara Campoamor se permitió el lujo un hombre ilustrado, un diputado en el debate, de proponerle que las mujeres votasen pero después del climaterio. Una vez interrumpida la actividad de sus ovarios, en el tesis, de su mentecata señoría, la mujer ya no sería una “histérica” no estaría dominada por sus impulsos hormonales y podría tomar decisiones electorales libres.

Yo creía que esos prejuicios de elevado corte machista habían tocado a su fin, pero el día anterior a la emisión del programa me tocó atravesar el infierno en un taxi en medio de la calima medieval madrileña. El taxista llevaba una macro estampa de una monja, y una radio de cuya frecuencia y nombre he decidido olvidarme. Estaban realizando la tertulia de la tarde y ofreciendo el espectáculo más casposo que uno recuerda desde los tiempos que Queipo de Llano hacia radio (pero con la misma misoginia). El objetivo del tiempo de tertulia que escuche giraba sobre la mucha diversión que a contertulios y contertulias (sí, había mujeres) les provocaba la edición de un libro de cuentos infantiles en los que se había intentado eliminar los tics machistas. A partir de ahí, ese grupo de contertulios que semejaban un grupo de rijosos y rijosas, hartos de pacharán pronunciaron frase como: “ahora tendremos que hablar del abejo Mayo” Y, ja, ja, ja, Qué graciosos somos. Y una mujer de la tertulia, una mujer que admiré periodísticamente hace años cuando hacia un informativo con Joaquín Arozamena se permitió el lujo de decir “Y ahora nos van a enseñar donde tenemos el clítoris”. Me callo.

Pero a ti, vieja periodista, habría que preguntarte cuánto dinero es necesario pagarte para prestarte a ese espectáculo. Porque si lo que de verdad ha ocurrido es que con el tiempo has llegado a pensar como rebuznabas, el tema es más delicado. La pregunta no sería si sería necesaria enseñarte a localizar y usar el clítoris. El asunto sería saber en que momento te quedó tan dañado el cerebro, como para despreciar a tu propio género y a las que luchan por su formación.

Mariano Crespo


miércoles, 7 de abril de 2010

(21) Pudo ser bonito mientras duró (avance del programa del viernes 9/04/10)

 

La pausa transformadora de la II República

La libertad no es un asunto fácil. Lo que digo puede ser, y seguramente será una obviedad. La libertad es una atmósfera respirable para los hombres y mujeres libres. Aquellos que no esperan ni que los poderosos, ni los dioses, ni siquiera el voluble azar resuelva sus problemas, sino que, en la medida de sus fuerzas, consideran que son ellos, con la complicidad de sus pares los encargados de dirigir sus vidas, gobernarlas, sin más lindes que el respeto a los prójimos, la determinación de su esfuerzo, y la convicción de que el hombre y la mujer pueden alcanzar, por momentos, la belleza que otorgamos a excelsos dioses y la mezquindad que ostentan los demonios. Ambos, viviendo de realquiler, en nuestro interior, de tal modo que, esas dos realidades no nos son ajenas, son nuestros dioses interiores y nuestros demonios particulares.

Hay personas para las que la libertad es una comodidad de lindes. Situados en el Olimpo terrenal, entregan los límites de su libertad al sostenimiento de su situación de privilegio. Conscientes de que están en el lugar en el que las normas su pueden burlar o vulnerar a precio tasado, la carencia de libertad colectiva les parece un edén que, al precio de un coste muy limitado, sujeta sus prebendas. En su modelo de vida es necesario un orden autoritario que controle con mano dura el “orden natural” de la vida, para que todo siga como siempre, como está mandado.

Todos somos iguales pero unos más que otros y, para los que no se conforman con esta jerarquía, para los rebeldes, hay que establecer un sistema que les tenga a buen reducto, que comprendan lo que vale un peine y lo aprenden como el antiguo abecedario: “la letra con sangre entra”. Eso sí, desde el cariño: “quien bien te quiere te hará llorar”

En la historia de nuestro país, convulsa, y triste en los versos proféticos de Jaime Gil de Biedma: “En un viejo país ineficiente, algo así como España, entre dos guerras civiles…” surgió un proyecto de conveniencia que se llamó II República, que se proclamó de una de las formas más cívicas que en la historia se contempla, pero que en cuanto empezó a tocar los intereses de los dueños del cortijo, se empezó a pelear por su desaparición.

Los que hemos estudiado historia en las aulas de la dictadura, si el profesor se ha tomado la molestia de llegas hasta esas pantanosas alturas del libro de texto, siempre nos hemos visto formado en una II República que era un conjunto de desmanes que condujeron inevitablemente a una guerra civil. A mí, de una manera francamente heterodoxa me ha gustado compararlo, entre amigos, con esos maravillosos conciertos de rock and roll de mi pasada juventud. Si nos atenemos a la versión policial de esos conciertos, hubo desmanes, desorden, embriaguez, tumulto, consumo de drogas y, por tanto, se vieron en la obligación de cargar contra aquel espectáculo de desorden violento. ¿Pero no hubo música?

Pues si la hubo. Y la música fue lo fundamental. No la crónica de sucesos violenta que, curiosamente, fue siempre desproporcionada en los hechos y en la narración. Un policía herido y 80 manifestantes hechos polvos. La violencia evidentemente, la propaganda era la propaganda, era el Rock and Roll.

Pues bien el rock ha dejado grandes páginas musicales excelsas y que yo conozca, pocos gladiadores. Esa es la realidad.

La II República fue un tiempo, breve, de políticas democráticas (y esto es lo fundamental) que tuvo episodios violentos (algunos muy condenables) pero en su mayoría sujetos a la tensión propia de cuando el dinero y el poder empieza a cambiar de manos. Y sin embargo, antes y ahora, su existencia va unida a un tiempo convulso de venganzas y mezquindades que no pone el acento en (la música) lo fundamental: aquello que se hizo y como fue.

En el programa de ADN del viernes, 9 de abril, hablaremos de la II República y lo haremos con Mirta Núñez Díaz- Balart. Os esperamos.

Mariano Crespo