Dijo una vez Rosa Regás que “los hombres no es que no nos quieran es que no nos ven”. Le sobran razones a Rosa para hablar así. Los hombres hemos creído ser la medida de todas las cosas y ignorábamos cualquier cambio en el que no éramos protagonistas. Y los cambios en el siglo XX tienen de protagonista a la mujer y algunos no se han enterado. La palabra mágica es la igualdad y el camino la libertad y viceversa. Es un viaje que debería ser compartido, pero los hombres tendemos a un ensimismamiento narcisista que ralentiza la historia pero no la detiene.
Iguales sí, pero unos más que otros. La libertad resulta una cosa vana sin la igualdad. Sé que esto que digo puede levantar ampollas pero es así.
La libertad, en su sentido más reducido, puede estar al alcance de la gente incluso en las dictaduras. Sólo que de muy poca gente. Las gentes del tejido social que las nutre, por ejemplo. Cuando observo a algunos y algunas de nuestros dirigentes actuales que tanto llenan su boca con el término libertad no dejo de pensar que si la dictadura que finalizó en 1975 prosiguiese ellos y ellas no variarían mucho su manera de vivir. Quiero decir que la gran diferencia entre revolución y reforma es que en esta, los que estaban montados en el machito siguen en el machito al igual que los que cortaban el bacalao. La gran diferencia entre dictadura y democracia es que los que vamos a pie y comemos sardinas tenemos que poner un cuidado especial en no reivindicar ni transporte ni marisco porque corremos el riesgo de llevar una vida agitada.
De ahí que la libertad les venga a algunos en el ADN y a otros siempre en el Proyecto. No me negaréis que está esto bien traído para presentar el próximo programa de “Proyecto ADN”.
Pero hoy voy a hablar de las mujeres pese a ser 8 de marzo. La vida actual, la libertad actual, tal y como la disfrutamos y como nos la limitan nos sería imposible de comprender sin el esfuerzo de un reducido, en principio, número de mujeres. Sé que cuando se habla de los padres de la patria se habla de hombres. Los hombres siempre acabamos ocupando en frontispicio de los monumentos cívicos. Pero para los que vivimos en la calle la transición, no nos es ajeno que la lucha por la libertad y la igualdad en lo cotidiano, fue una empresa, muchas veces heroica de un escueto grupo de mujeres. A las que, por cierto, se les postergó en el momento de hacer las leyes democráticas. Se dejó postergado el adulterio, se retrasó el divorcio y con el aborto todavía andamos peleando si el útero de las mujeres es de ellas o de dios o de Rouco.
Pero las mujeres tienen la constancia de las hormigas. Y fueron entrando en el mercado laboral, incluso en el que les estaba vetado. Y fueron sorteando desdenes con una paciencia oriental. Y llevaron adelante, solas, en muchas ocasiones sus interrupciones de embarazo y llevaron adelante, solas en muchas ocasiones, sus partos, sus lactancias y su supervivencia. Y regatearon las afrentas de los registros legales, de las inscripciones de las escuelas, del cuchicheo de los patios.
Algunos lo quieren olvidar. Pero para que hoy ciertas cosas parezcan naturales hubo quien sostuvo una pelea soterrada y cotidiana contra la ignorancia y el desprecio a la mujer. Un desprecio solapado con la estimación de que eran princesas, reposos del guerrero, ángeles, guardianes de las esencias, mandangas e imposturas.
En el programa de “Proyecto ADN” del viernes 5 de marzo, vamos a hablar del largo trayecto de la igualdad. Vamos a hablar de batallas ganadas en una guerra inacabada. Y nos gustaría que tú participes de este debate. El programa, como las estaciones de metro, llevará el título de “Yo me apeo en Igualdad”. Una estación de metro que todavía no nos ha inaugurado el alcalde.
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