Si uno llega a Madrid desprevenido podría pensar que en esta ciudad le será imposible encontrar ni la soledad ni el sosiego. Para la época de la juventud, cuando uno tiende a convertirse en sujeto de masa para saber que existe, esta ciudad parecería ideal. Madrid tiene fama de acoger y eso es tan cierto como lo contrario. Acoge a un nivel y hasta cierto punto. Porque Madrid, la ciudad de Madrid son muchas ciudades a la vez. Y un buen número de ellas resultan inaccesibles. Esta ciudad tiene gran número de sitios exclusivos. El nombre es exclusivo pero la realidad es excluyente. Exclusivo porque se pertenece a otro nivel económico, exclusivo porque se pertenece a otra ideología, exclusivo porque se pertenece a otra creencia, e incluso, empiezan a surgir más de lo necesario, sitios que resultan excluyentes por la raza…
Y sin embargo entre ese conjunto de limitaciones, en sus fronteras en sus lindes, hay un extenso paraje de mestizaje e interculturalidad, de zoco, de ágora, de contaminación rica y cultural en el que uno puede zambullirse a la aventura hasta encontrarse o desaparecer.
Porque esta es una de las maravillas que ofrece esta ciudad como las grandes megalópolis: la posibilidad infinita de perderse, de que no te encuentre quien no quieres, quien no te quiere. Y, por otro lado, la posibilidad de encontrarse, de juntar los añicos de uno mismo cuando está roto, de hallar las claves que abren rincones inexplorados de la propia personalidad, de hacerse sujeto social y desgajarse enriquecido, convertido en un personaje más rico.
La posibilidad de viajar. Porque en Madrid y, en determinados varios, uno puede sudamericanizarse, africanizarse, volverse asiático por el precio de billete de metro.
Y sin embargo de una manera más corriente de lo que sería justo, esta ciudad nos ignora, se conforma de manera contraria a nuestros deseos y nuestras necesidades, se nos vuelve hostil y ajena, como una amante que se vistiese al gusto de otro persona.
Y también, de una manera más corriente de lo que sería justo, nosotros vivimos de espaldas a nuestra ciudad. La usamos sin fijarnos en su mirada. Y como en esos matrimonios devastados por la rutina, dejamos de reconocer sus tesoros y sus encantos, aquello que fascina a los demás pero que nosotros creemos barato por diario.
De eso hablaremos en la radio con el premio Mesonero Romanos 2008, Rodolfo Serrano y comentaremos con él su libro de “Historias de Madrid”.
Mariano Crespo
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