El otro día estuvo en la radio Carlos Salem, amigo y compañero, hablando de su novela “Cracovia sin ti”. La novela la leí con deleite y así se lo dije. El registro romántico le ha salido bien al ya instalado autor de novelas negras.
Sin embargo he de confesar, y es triste, que el desamor, que suele ser la acera por la que transitan los protagonistas de la novela negra, ofrece al escritor más registros para lucirse que el amor. El odio es muy creativo. Y esto no deja de ser una cabronada, no tanto para la literatura, como para la vida misma.
Una de las cosas más terribles y hermosas a la vez de las apasionadas e intensas historias de amor es que la fecha de caducidad es, en muchas ocasiones, el inicio de una historia de odio (que como se sabe es un sentimiento más duradero. Y la culpa la tiene el espíritu de propiedad o pertenencia que, en el momento de la ruptura, hacen de lo que había sido nuestro algo así como un traidor. El disco duro de los buenos momentos se borra. Es el castigo añadido a las rupturas.
No sólo pasa con el amor. Muchas veces tengo discusiones con amigos, cuando hablamos de personas que pertenecieron a grupos, asociaciones o partidos (que eran nuestros grupos, nuestras asociaciones y nuestros partidos) y nos procuraron grandes momentos de placer y satisfacción, que nos deleitaron con sus conocimientos y con su generosidad y que un día decidieron tomar otros caminos, otras opciones, mirar el mundo con otras miradas.
Me gusta recordar a esa gente por aquella parte de su vida que me regaló, por aquellas conversaciones que enriquecieron por aquello suyo que me hizo crecer. Y realmente me resulta difícil. Y aunque que quede claro de que estoy hablando de gente honrada, no de aquellos que cambiaron de banderas e ideas tan sólo llevados por situarse en el lugar más cómodo o mejor remunerado, mis amigos no les perdonan el cambio, que ya no sea de los nuestros, y todo lo disfrutado durante años con su presencia pasa a ser ceniza. Nunca me ha parecido justo aunque lo entienda. Y lo entiendo porque nunca nos resignamos que lo que fue propio y querido nos sea un día ajeno.
En la ruptura amorosa sucede algo así. Uno ha disfrutado, amado, caminado por los caminos del placer y los afectos compartidos y en el momento del adiós, en el del irremediable final, la persona hasta ayer fundamental, única, cae de las agendas, se esconden o destruyen los objetos que dan pista de ella, se trastoca en odio el lugar que ocuparon los besos, las caricias, las complicidades.
Tal vez no pueda ser de otra manera pero hay bastante de mezquino en esta manera de arrojar al vertedero años de felicidad.
El consuelo para esta aberración es que el desamor nos ha dejado tanta buena poesía, tanta buena literatura y tan bellas canciones como las que os dejo al final de esta entrega.
Os quiero (de momento).
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