Pero afortunadamente tengo un salvavidas que me saca de apuros desde hace años. La poesía. Un salvavidas con el que me comporto de manera cruel, porque si bien es cierto que el siempre está ahí como un recurso para tapar mis lagunas creativas, yo nunca le saco de la marginalidad cuando la agenda está repleta de propuestas.
Estoy en deuda con la poesía desde hace años. Me educaron para vivir de espaldas a ella. Me la enseñaron con la misma elegancia con la que muestran el sexo los exhibicionistas bajo la gabardina. Podría haber sentido asco durante años de ella si no fuera porque un día se me mostró tentadora, para mí sólo, como una mansión de la que uno sólo va descubriendo las llaves que abren los armarios, las mesillas, las consolas.
Fue entonces cuando la poesía me empezó a dar respuestas que no estaban en ningún otro sitio. De tal manera que cuando empecé a preguntarme por mí mismo, por el sentido de las cosas y busque saber lo que era el hombre en varios sitios y desde varias perspectivas desde la sicología a la filosofía a la antropología sólo me sació aquella curiosidad la lectura de poesía. Y fue un poeta el que me volvió adicto: el peruano Cesar Vallejo.
Leí los siguientes versos:
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...
Mariano Crespo
Cuelgo en mi blog :)
ResponderEliminarTambién tenemos un enlace a tu blog en el nuestro.
ResponderEliminarGracias y un abrazo.