A Koncha, Tomás, Julia, Paloma, Mar… A los que esperen que este caminante regrese.
Este caminante semeja a ese que empezaba por el punto y final.
A Koncha, Tomás, Julia, Paloma, Mar… A los que esperen que este caminante regrese.
Este caminante semeja a ese que empezaba por el punto y final.
Vamos a hacer nuestro último programa de “Proyecto ADN” del curso. Parece mentira como pasa el tiempo.
Creo recordar que fue ya hace cinco años cuando iniciamos nuestra singladura (la palabra es cursi pero los de tierra adentro tenemos devoción por el lenguaje marinero) por las aguas procelosas de las ondas radiofónicas en la humilde embarcación de Radio Círculo con un proyecto que dimos en llamar – dada la denominación del medio- “La Cuadratura del Círculo”. Transcurría el mes de enero de 2006 y por el estudio de la quinta planta de la calle de Alcalá concurrimos Pepe Tarduchi y yo con el arrobamiento de los que contemplan por primera vez las vistas de Madrid desde la cristalera del estudio.
Todo empezó cuando sugerí a mis amigos que, tras haber hecho radio de oficio en diferentes medios quería, de una vez por todas, volver a divertirme haciendo la radio que siempre quise hacer y en my escasas ocasiones pude. La radio de los grandes géneros olvidados -dramatización, concursos, consultorios, juego, información, humor, transgresión- a la que las manidas formulas del éxito estaban matando. Cuando mis amigos supieron que quería volver a soñar respondieron sin dilación. Vinieron a divertirse conmigo. Luego sólo hizo falta que Javier López Robert se liase la manta a la cabeza y dijera que sí.
“La cuadratura del Círculo” fue el nombre que se le ocurrió a Pepe y que a todos nos pareció una feliz idea salvo a su autor. Bajo esta denominación concurrimos 4 temporadas que nos sirvieron para jugar y para ir enriqueciéndonos con el grupo de amigos que se nos sumaron. Recuerdo a Ana Luisa López, el “Camarada Ivanovic”, Elisa Baltanás, Ana García Mellado, Paco Vidal, Antonio Horcajada, Marta Noviembre, Alberto Leal, Carlos Salem, José Luis Padín, Francisca Quintana, Juan Ignacio Ruiz Huerta, Juanjo Herranz, Carmen Mellado, Maite Caballero, Martñin Carril Obiols, María Martínez Fesser, Elda García Posada y Juan Ignacio Ruiz Huerta. Alguno continúa con nosotros en la nueva etapa de “Proyecto ADN” en la que hemos estado José María Alfaya, Irene Chaparro, Manuel Pérez Rodríguez, Pepe Tarduchi y el que esto suscribe. Con tan fantástica y aguerrida tripulación nos hemos atrevido a todo. Radionovelas de corte clásico como “El hijo del burdel”, consultorios tradicionales como el de la “Doctora Lambretti, a su entera disposición”, gastronomía con recetario tan imposible como propio, el documental con alma de reportaje histórico de “La trastienda de la memoria”, los trabajos de investigación rigurosamente falsa como “los Héroes del Alakrana”, los informativos absurdos, la publicidad imposible, las secciones de viajes, novela negra, cine. Para encontrar reflejo de alguna de estas locuras se abrió este blog que diseñó y sostiene la infatigable Koncha Lois junto al indómito Tomás Montero. Durante este verano intentaremos alimentarlo con muestras de aquellos espacios para el recuerdo.
Hemos sido, creo, en el Círculo de Bellas Artes, algo así como unos realquilados con derecho a cocina. O lo que es lo mismo con derecho a estudio y a esos dos encantadores profesionales del sonido que son Dany y Andrés Gutiérrez.
En nuestra despedida de curso tenemos de invitada a Almudena Grandes en una entrevista que grabamos en su casa el día de después tras que entregase las galeradas corregidas de su próxima novela.
Almudena es excesiva como las niñas a quien la historia regala patines cuando son mujeres. Por eso puede escribir seis libros, chiquicientos artículos de prensa, conceder entrevistas - a diarios, radio y televisión - organizar conspiraciones, pronunciar conferencias, dar de comer a los amigos, abrigar poetas, discutir con diletantes, motivar a la acción a Tomás Montero y comerse el bizcocho de limón elaborado al horno por Paloma M. Barroso. Mientras ojea la prensa, ve crecer a sus hijos, organiza una recogida de firmas vecinal y apoya la penúltima conspiración de Izquierda Unida. Me recuerda a mi amiga Koncha Lois, cuando supere su timidez y deje de soñar en Cantabria.
Nos habíamos quedado en su novela (una obra que me hubiera gustado que la firmara en la efímera y coqueta librería de mi entrañable Carrer Nou de Maó, mientras compartía un ginet de Xoriguer con Marga Manent). Una novela con prisa y pausa. De ella, del proyecto de otras cinco que se le sumarán en algo así como en unos “Episodios Nacionales” de la posguerra civil, de su lucha contra el virus del olvido, de su trinchera periodística y de estos tiempos convulsos que nos toca vivir a todos, nos habló a lo largo de la entrevista que ahora emitimos.
En un momento de la conversación y cuando charlábamos sobre la Transición ella se descolgó con una frase que a mí me pareció tan brillante como acertada: “la derecha cree que el país es suyo y la izquierda se comporta como realquilados con derecho a cocina”. La frase que da título a este comentario.
Así que eso somos nosotros también, a mí me lo parece, en el amplio proyecto cultural que constituye el Círculo de Bellas Artes, unos realquilados con derecho a cocina. Unos alborotadores juguetones que tienen la idea de volver en el mes de octubre a intentar ganarnos vuestra complicidad. Vamos, si os parece bien.
Mariano crespo
P.S Puedo presumir, que al igual que los guapos tengo estilistas. Sólo que mis estilistas (correctoras de estilo) son de lujo: una trabaja en la tele y otra en el geriátrico en donde cuidan de mis achaques. Una me sube la tensión y la otra me la toma. Soy un privilegiado.
Cuando ultimábamos en el estudio de Radio Círculo los pormenores del programa dedicado “al ciclista que nunca dejó de perseguir el pelotón” y que tuvo como invitada a Chely Tuero la encantadora hija del ciclista José Américo Tuero, me llegó un mensaje de mi particular paloma mensajera que en esta ocasión, al contrario que tantas veces, no traía besos o buenos pronósticos sino una noticia tan breve como punzantemente dolorosa. Ha muerto José Saramago, me decía.
No tuve tiempo ni reflejos para homenajear en el programa al maestro como se merecía. Ahora, pasados los días, y cuando colgamos en el blog el programa del jueves 18, si quiero tener un recuerdo más detenido para este hombre que nos ha dejado.
En pocas ocasiones las personas que llevamos una vida tan anodina y vulgar como es la mía tenemos ocasión de conocer en persona a aquellos que admiramos pero yo tuve la ocasión de compartir espacio, tiempo y escuchar a Saramago en una mañana, que devino convulsa e intensa, de hace algunos años en la Universidad Complutense. Conocía de oídas y lecturas la altura moral del personaje pero lo sucedido aquella mañana de primavera lo engrandeció ante mi mirada aún más.
Estábamos reunidos en la facultad de Geografía e Historia que nos acogía para celebrar un aniversario de recuerdo al poeta Miguel Hernández, organizado por la Fundación de sus amigos y con la hospitalidad de Carlos Berzosa, rector de la Universidad madrileña. Acudí acompañado de mi amigo y maestro Miguel Núñez, su compañera Elena García y Antonio Gutiérrez que en su condición de nativo de Orihuela como el poeta no quiso perderse el acto. .
La jornada transcurría apacible y sin nada extraordinario que reseñar, con oradores que glosaban con voz engolada la figura del poeta y, en su devoción arrobada, hablaban de la buena relación con sus coetáneos, trazando un panorama idílico de lo que fue la época y los componentes de la generación del 27.
Entonces dieron la palabra a José Saramago que había aceptado la presidencia honoraria de aquel acto. Yo esperaba el clásico discurso laudatorio y de manual con el que se alivian los invitados en la clausura de los actos culturales. Pero esa no era la manera de Saramago de caminar por el mundo.
Nada más comenzar su intervención, y según crecían los murmullos sorprendidos de los estudiantes que abarrotaban la sala, supe que todo lo que iba a ocurrir no transcurría por los caminos de la rutina y los lugares comunes.
Saramago, con voz sosegada y firme, comenzó diciendo que a los jóvenes hay que contarles la verdad y que esa constituye la primera obligación de maestros e historiadores. Y bajo esa premisa fue desgranando su discurso en el que sostuvo que Miguel Hernández había tenido, no las relaciones idílicas que habían pregonado sus predecesores en el uso de la palabra, sino un cúmulo de desencuentros y enfrentamientos con los miembros de la generación del 27. Que muchos de sus miembros le consideraban un “paleto” ajeno a las vanguardias de aquellos tiempos, que algunos de ellos le despreciaron, le ningunearon y no llegaron a considerarle uno de los suyos.
También situó al personaje en su dimensión temporal. Un hombre de campo que venía de una intensa formación rural cristiana y al que costaba comprender y ser comprendido entre las mujeres emancipadas de la república (María Teresa León) y las maneras de vivir humana y creativamente de personajes como Federico García Lorca. Había por tanto un distanciamiento producido por la formación rural y obrera de uno y la burguesa y vanguardista de otros.
La sala se había teñido de un silencio tenso en donde la palabra de Saramago volaba limpia y sin dificultad hasta que, al final de su intervención, una salva atronadora de aplausos emergió apasionada y violenta desde las gradas de los entusiasmados estudiantes.
Aquel día tuve la fortuna de asistir a una lección magistral de José Saramago. No sólo por el contenido de su mensaje sobre Miguel Hernández sino, por encima de todo, por la honradez de aquel hombre de colocar la verdad por encima de convenciones y actos laudatorios huecos. Se convirtió en el aguafiestas en nombre de la verdad de los que consideran que a los jóvenes hay que darles una versión edulcorada de la historia como si sus delicada mentes no estuvieran preparadas para conocer que este mundo, aun en el Parnaso, es jodido, dolorosamente clasista y una jungla hasta para los que cultivan flores y son peritos en lunas.
Saramago amaba a Hernández porque compartían origen humilde. Conocía de las dificultades de aprendizaje de Hernández porque él mismo había aprendido a leer de manera autodidacta y ambos intimaban mejor con los árboles que con esteticismo vano de la conversación de los salones exquisitos.
Luego el acto se completó con una explosión de rebeldía. Concedieron la palabra a Eduardo Zaplana que por aquel entonces era ministro de Trabajo y que estaba en el acto porque en función de su anterior cargo de Presidente de la Generalitat valenciana, era, de oficio, vicepresidente de la Fundación de amigos del poeta.
Zaplana se dirigió al estrado y los estudiantes abandonaron la sala al grito de “No a la guerra” ante la mirada incrédula y cínica del entonces ministro.
Saramago le dijo algo así como “¿qué te esperabas?”.
Luego, Zaplana abandonó la facultad a toda prisa entre abucheos y Saramago entre el cariño y las muestras de admiración de los estudiantes.
Yo, en el pasillo de salida, le saludé y, sin palabras, me limité a mirarle a los ojos. No he olvidado esa mirada ni aquellas palabras.
(*) Sé que el título no es gramaticalmente correcto. Cuando Francisco Umbral publicó "La noche que llegué al Café Gijón", un académico le crítico que a ese título le faltaba la preposición "en". Ya que si no se escribía "La noche en que llegué al Café Gijón", quien hubiera llegado era la noche y no él. Sucede que yo he querido adrede que el que muriera fuera el día y no José Saramago. Y, de paso, gastar una broma a mis amigas y correctoras Koncha Lois y Paloma M. Barroso, a las que pasó inadvertida la errata o tuvieron la misma idea que yo. Porque las quiero lo digo.
Mariano Crespo
Si la infancia es presente continuo, en nuestro caso, además, éramos niños que tenían por pasado el silencio y el olvido por lo que ignorábamos las historias de los deportistas que habían conocido la derrota y no sólo en la cancha, sino en la vida.
Hay un maravilloso libro con cuyo autor, Julián García Candau, charlamos en “Proyecto ADN,” en el que se narra el deporte durante la guerra civil y que recoge los testimonios dolorosos de aquellos deportistas que desaparecieron en la contienda, que tomaron el camino del exilio o que, incluso, fueron asesinados en la posguerra.
Uno de los casos que más me conmovió fue el de un boxeador que llegó a boxear en el Madison Square Garden y que no figura en la historia oficial del boxeo español. Había peleado con el bando republicano y, de regreso a Barcelona, escuchó en su casa el mensaje de radio en el que se prometía que no había nada que temer si no se tenían “delitos de sangre” y, confiado, fue a entregarse a una comisaría. Al día siguiente fue fusilado.
El viernes, en nuestro programa vamos a conocer la historia de un corredor que disputó la Primera Vuelta Ciclista a España en 1935 y renunció a participar en el Tour de Francia al año siguiente por defender la legalidad republicana ante la sublevación fascista. Un hombre nacido en el seno obrero y criado en la Asturias envuelta de huelgas revolucionarias. Un hombre que hizo la guerra civil y conoció la derrota y el exilio y que participó en la revolución cubana, convirtiendo aquella victoria en "su desquite".
Un ciclista al que el pelotón, el de verdad, el que si te pilla no te absorbe sino que te descerraja una mortal y definitiva ráfaga, no dejó de perseguirle. El ciclista que en su escapada se jugaba algo más que el efímero triunfo de etapa. En su carrera la meta era la supervivencia, el derecho a seguir pedaleando. Su fuga más emblemática no fue en una etapa sino desde Cuelgamuros cuando estaba condenado a edificar el mausoleo de los vencedores. Demasiado para quien no ha nacido para gregario.
Y nos lo contará su hija, Chely Tuero, que va paseando su memoria particular, la de su padre y la de toda la familia por el mundo. Una testigo de carne y hueso de un siglo plagado de barbarie pero también de generosidad, sueños de libertad y capacidad de supervivencia. Una mujer que concluyó el relato de la vida azarosa de su padre, a la muerte de éste.
El viernes, 18 de junio en Proyecto ADN, estará la niña que ilustra este comentario y hablaremos a la sombra del ciclista al que nunca dejó de perseguir el pelotón.
Mariano Crespo
Nos habló Mercedes de su novela “Mantis” y yo le dije que me había quedado prendado de Teté de la misma manera que nos atrae aquello que detestamos y a la vez nos seduce.
Son atrayentes las mujeres que surgen de la imaginación creativa de Mercedes Castro. Lo fue la subinspectora Clara Deza y lo es Teresa Sinde. Lo son por distintas razones como diferente son ellas pero cargadas de vida. No son caricaturas son mujeres de carne y hueso.
Hablábamos con Mercedes sobre la belleza y la creación sitiados por un presente feo y destructivo en el que nos hemos instalado como invadidos por una parálisis necia o un inmovilismo suicida que puede acabar con todo aquello que tanto costó construir.
Somos las víctimas propiciatorias de un sistema tan voraz en su apetito como la protagonista de la novela. Y mientras vemos programas de gastronomía o nos adocenamos frente al televisor consumiendo programas de telebasura con la vana esperanza de que las inundaciones que ahogan a nuestros semejantes no lleguen a la altura de nuestro cuello.
Mientras nos niegan el pan y nos llaman tontos, los dueños del sistema nos roban el lenguaje y nos hacen sentir culpables de sus barbaridades.
Espero que no nos hagan pedir perdón por haber nacido, por haber soñado, por haber querido cambiar el orden de las cosas, por querer trasformar el vertedero en un jardín habitable.
Aquí, en la ciudad en estado de sitio, deberíamos empezar a combatir este virus de la resignación que amenaza con destrozarnos todas las defensas. Porque tal y como están las cosas o comemos o nos comen. Y uno prefiere ser paladar que manjar. ¿Y tú que piensas?
“No menos que el saber me place el dudar”
Dante Alighieri
Miguel Ángel Rodríguez Arias, profesor ayudante de Derecho penal internacional de la UCLM, investigador del Instituto de Derecho penal Europeo e Internacional, miembro del Consejo de Dirección de la Sociedad Internacional de Defensa Social con sede en Milán, Presidente de los Jóvenes penalistas del Grupo Español de la Asociación Internacional de Derecho penal, Secretario Adjunto del Portal Iberoamericano de las Ciencias Penales. Autor del libro El caso de los niños perdidos del franquismo, que dio lugar a las actuaciones de la Audiencia Nacional y otras numerosas publicaciones en la materia.