miércoles, 24 de febrero de 2010

(17) ¿A quién pertenece la biografía? (avance del programa del viernes 26/02/10)


¿Quién no ha sentido la necesidad de desaparecer? ¿Quién no ha pensado en reinventarse? ¿Quién no soñó con borrar cualquier vestigio o huella de su presencia en algún lugar? Defiende Juan José Millás que cualquiera de nosotros investigado a fondo, en actos y deseos tiene al menos nueve años de cárcel. Cuestiones como estas me sobrevinieron al conocer la muerte de Salinger que hizo de su vida un esfuerzo por la opacidad. En principio parecería que nuestro camino es nuestro y que nuestras peripecias en su recorrido son patrimonio personal.

Pero las autopistas tienen peajes. Y un precio por transitarlas. Y nosotros circulamos por ellas. Desde el momento de nuestro nacimiento tenemos, en el mejor de los casos, unos documentos, una familia, una genética y unos números de identificación. También una geografía, unos antepasados, una historia. Al fin y al cabo un armario al que todavía no le hemos descubierto el hedor de sus cadáveres.

A lo largo de nuestra vida vamos haciéndonos un sitio personal, en el que asumimos la historia de los nuestros, la historia de los ajenos, nuestro circular perplejo y sorprendido por una calle que llamamos nuestra pero siempre tiene nombre de otro.

Nos dan un alfabeto y más códigos de los que creen darnos y de los que necesitamos recibir. Y empezamos a comprender que vivir es sobrevivir. Sobrevivir a los elementos adversos y sobrevivir a los propicios. Y es difícil saber cuáles son más peligrosos porque si bien hay quien no se recupera de un dolor los hay que no logran remontar el peso de un logro. Porque toda la vida son accidentes. Desde la soledad a los besos, desde los motes a los nombres verdaderos de las cosas.

Poco a poco vamos construyendo una biografía incluso no siendo conscientes de ello. Hay un tiempo que nos apuntamos a los caminos gregarios y, a la vez, descubrimos con una mezcla de inquietud y regocijo, los atajos de la individualidad. Y ponemos nuestra firma a documentos a poemas y a paredes. Somos nosotros y estamos aquí.

La vida es como esas cuevas en donde uno dejó escrito a golpe de navaja: Aquí estuvo uno de Madrid.

En ese camino empezamos a dar consistencia a nuestra biografía en las titulaciones que alcanzamos y en las que abandonamos. Y un día decidimos ser, con la presión de todo un medio, aquello que nunca imaginamos porque de siempre nos imaginamos bomberos o superhéroes.

Nuestra biografía, pese a los esfuerzos, de los que nos protegen está condicionada al azar se crea o no en los ángeles de la guarda. Vamos esculpiéndonos con los afectos y desafectos que rondan nuestras aceras, con las pasiones que nos voltean como títeres y con las primeras elecciones entre las dos grandes alternativas: susto o muerte.

Hay un tiempo en el que algunos perciben que no están solos en el planeta (hay otros que se pasan la vida preocupado de si están solos en la galaxia) y empiezan a ver y comportarse como si nada en el mundo les fuera ajeno. Hay quien descubre la solidaridad y quien descubre la utilización. Lo común, es descubrir ambas alternativas y sucumbir mediopensionistas en la posada de la generosidad y en la de la mezquindad. Luego hacemos un currículo. Una vida laboral, una vida social, una vida creativa, quizás. Algo para sobrevivir, para vivir y hasta para transcenderse.

En el común de los casos nuestra actividad no pase de una cierta notoriedad entre un grupo reducido de personas. En una minoría se alcanza esa impostura que hemos dado en llamar éxito. A partir de ahí la cotidianidad del individuo se convierte en referente. Sus actitudes en modelo.

Pero en el magma de lo común o en el Olimpo de los elegidos por la fortuna. ¿A quién pertenece la biografía? ¿Es nuestra y podemos comerciar con ella? Y si es así ¿hasta que límites? Si es de todos, ¿puede ser utilizada a capricho? ¿Cuál es el límite de lo privado? ¿En dónde está la linde de lo público? ¿Tendría uno derecho a borrar sus vestigios? En el fondo, lo que preguntábamos al principio: ¿A quién pertenece nuestra biografía?

El viernes en “Proyecto ADN” nos acompañará el periodista Fernando Olmeda, alguien que además de haber trabajado en radio y televisión ha cultivado el terreno de la biografía. Y también estará con nosotros Albert Solé que ganó un Goya con el documental “Bucarest” en el que narraba la vida de su padre, Jordi Solé Tura, atrapada por el Alzheimer. Creo que, en tan buena compañía, lograremos acercarnos de manera aproximada pero seria a las respuestas (siempre hay varias) de nuestra pregunta.


Mariano Crespo


lunes, 22 de febrero de 2010

(16) La radio, los tebeos, la vida (19/02/10)



A mí me costó el culo iniciarme en los tebeos y los cromos. Lo recordaba mientras hacía el programa con Antoni Guiral y Pepe Gálvez, los guionistas de “11-M. La novela gráfica”. Me costó el culo y bien sabe mi ángel de la guarda que no es una metáfora. Me costó el culo literalmente.

El asunto es que en aquellos tiempos remotos yo era un niño enclenque y mis padres iniciaron una cruzada para sacarme de aquella condición. Para ello mi padre que trabajó durante toda su vida en una farmacia, venía de su trabajo no recuerdo con que frecuencia con unas inyecciones de hígado (así se las denominaba) que me inyectaba (tras un largo ritual de mágicos hervores) en casa.

Estas pócimas inyectables deberían tener una composición o muy densa o muy ácida, qué sé yo, que las convertían en un tormento según se descargaban en las desconsoladas nalgas. Mi padre llegó a un acuerdo conmigo que consistía en que si yo no lloraba y me dejaba pacientemente poner la inyección, él, inmediatamente concluida la ejecución, me acompañaba al quiosco y me compraba cromos o tebeos, lo que yo quisiera. Así que por la vía del heroísmo personal tuve acceso a mis primeros tebeos, a mis primeros cromos.

En realidad, seguí pensando al acabar el programa, todo mi acceso al ocio y al conocimiento había venido rodeado durante mi infancia y mi juventud de una épica desmesurada. Seguí recordando como, años más tarde y durante largos años de internado, me escapaba con frecuencia, acompañado de mi socio Ángel Martín, recorriendo los tres kilómetros que separaban el colegio de la ciudad para adquirir tebeos y el periódico local. Ambas cosas las leía a escondidas por la noche, bajo las sabanas, y con la discreta y mortecina luz de una linterna por toda complicidad. Fue en uno de esos años en lo que añadí a mis fuentes de información mi primera y rudimentaria radio de galena.

Y ahí estaba yo, pasados más de 40 años, hablando de tebeos en una radio. La vida es, como en aquella canción de Serrat una noria. Lo cierto es que esas cosas, periódicos, libros, tebeos y radio me abrieron una ventana al mundo que primero me hizo poder huir traspasando temporalmente los muros de mi colegio internado y, años más tarde, de las muchas circunstancias por las que he atravesado en la vida, Sé que escuché o leí en cada naufragio, en cada dicha, en cada recoveco por el que ha pasado mi vulgar biografía.

Estaba haciendo un programa rutinario de radio sobre tebeos y no me daba cuenta de que estaba transitando por la estructura que sostiene y ha sostenido el edificio de mi vida. Aunque me fuera el culo en ello.

Mariano Crespo


(Mariano leyendo a escondidas)